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Sueño sin hora

 

En altas horas vagaba por frondosos jardines:

el viento entre los sauces, los álamos cantores,

la corona de plata en el plácido cristal,

la dulce fragancia del jazmín recién nacido,

 

el gélido aliento del búho, plútonico animal,

el silencio de la noche aullando entre los astros;

incluso aquellas verdes hierbas parecían tiritar.

 

Dirigime a mi alcoba: taciturno,

la cabeza sumisa, los hombros vencidos,

pesados los párpados, pronta la aurora.

 

Soñé con fantasmas, ciudades de otrora;

las mil soledades de un hombre que implora.

Mas fue sólo un sueño, un sueño sin hora,

aquel que Calíope al mundo aún le llora:

 

- Cerca, muy cerca, cerca,

allí dónde la tierra aún duele,

cerca, muy cerca,

bajo el dorado plumaje de Agosto;

un dulce aroma recorría mi cuerpo.

 

Junto a la fuente de cuatro caños,

lívido y bello como un enjambre de blancas palomas,

un ángel de tenues labios sonreía,

y todo a su alrededor era belleza.

 

Las aves cantoras alzaban sus coplas

y el céfiro silbaba las notas del viejo laúd.

Y era este ángel hermoso,

sin duda el más hermoso de los ángeles.

 

Tímido, acerqueme a sus pies:

y aquel ángel,

sin duda el más hermoso de los ángeles;

desnudó con sus manos mi pálida piel,

y yo murmuré:

 

"Bienaventurada aquella que me ame

porque será amada

como nunca ha sido amada

y como nunca me han dejado amar." -

 

Desperté sonriendo, por fin, sonriendo:

contemplé las montañas,

las sierpes de plata cayendo sobre la oscura ciudad;

y busqué el más poético poema

que un hombre pudiera escribir.

 

Busqué, y busqué, y busqué,

y tras apartar mi vista de las oxidadas páginas,

me levanté y caminé,

                y caminé,

                y caminé,

                y caminé.

 

Y ahora, después de tantos años,

después de tantos comprendí

que áquel ángel,

sin duda el más hermoso de los ángeles;

era el último y más prohibido de los placeres.