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En las constelaciones del Norte

 

Una estampida de blancos corceles

se desvanece entre las húmedas arenas

de San Lorenzo.

 

En las constelaciones del Norte,

la sangrienta hoz se alza

sobre el reino de las sombras.

 

Y, entre las voces del Orbe,

distingo la efímera llama

que puede colmar cien mares.

 

Ah, no es esta una voz celeste, ¡no!

Son sus orígenes los profundos abismos

del Leteo.

 

Aterrado,

huyo como huye el hombre

de la muerte

 

y me amparo entre los altísimos fustes

de la soledad.

¿No es este, sino, el placer Último?

 

Y mi corazón,

despreciable músculo,

escupe sus últimos compases.

 

Y, en los embriagadores néctares,

el Arte es largo

y breve el Tiempo.

 

Y ante mí, ¡estúpido!

se alzan como hermosas pesadillas

las puertas de la Gehena.

 

¡Oh, Dios mío! ¡Oh, Dios mío! ¡Es Ella!