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La flor de la vida se ha marchitado

 

La flor de la vida se ha marchitado.

Sus pétalos, rojos como una batalla,

suplican al aire su eterno vaivén.

 

Dos ángeles:

uno, desnudo como mi mano;

otro, olvidado como mi alma,

impregnan de escarcha su pálida piel.

 

Maldito devenir de altas horas,

lentas como un adiós,

que trazan en su rostro

la imagen del beso que no pronuncié.

 

                                               Oh, eterna noche dime por qué.

 

Dos candelabros,

de cinco estrellas cada uno,

ofrecen su canto celeste

en el oscuro salón.

 

Al fondo:

los ecos,

los ecos sin voz.

 

Los ecos del viento que inunda el ayer,

los ecos del beso que no pronuncié.

 

                                               Oh, eterna noche dime por qué.

 

Extiendo mi mano al vacío:

trémula como una sombra,

fría como el fuego que me consume,

muerta como mi vida.

 

Intento tocarla…

 

y el viejo reloj irrumpe en mi sueño

robándome el beso que no pronuncié.

 

                                               Oh, eterna noche dime por qué.